jueves, 5 de marzo de 2015

Entrevista a Rodolfo Martínez, editor de Sportula


 Rodolfo Martínez es, sin duda, uno de los nombres más conocidos en el entorno de la ciencia ficción y la fantasía de nuestro país. No solo es un escritor prolífico, sino que ha sido siempre un colaborador y promotor activo del género en sí, participando en fanzines, asociaciones, convenciones y todo tipo de actividades relacionadas con el fantástico. Esta afición se cruzó con su propia actividad como escritor cuando decidió fundar su propia editorial para tomar el control de sus publicaciones, y así nació Sportula, que poco a poco iría creciendo para empezar a editar también a otros autores. Sportula, como plataforma de edición y venta de obras de ficción especulativa, tanto en digital como en papel, se ha convertido en un referente del panorama actual: Rodolfo Martínez está marcando una dirección íntegra y prometedora, combinando la edición tradicional con la demanda cada vez mayor de libros electrónicos dignos.

Es difícil entrevistar a alguien como Rodolfo Martínez. ¿Cuántas entrevistas habrá contestado a lo largo de su vida? Serían difíciles de contar. ¿Es posible encontrar nuevas preguntas, preguntas que no haya contestado ya mil veces? Si queréis saber más sobre él y sobre sus obras, todo lo que pueda interesaros está en su página web, aquí. Si queréis conocer más de su labor como editor, os recomiendo que no dejéis de visitar Sportula o de ver los libros que tenemos a la venta aquí, en LEKTU. Por ahora, vamos a intentar hablar de influencias, del proceso de escritura y de los retos de la edición.

En LEKTU hemos querido meternos en su cabeza y conocer un poco más sus gustos y manías como escritor, sus intereses y experiencias como editor. Espero que os guste.

Entrevista a Rodolfo Martínez

Gabriella: Se ha hablado mucho de tu trayectoria como escritor de ciencia ficción; el ciclo de Drímar es un referente en el género especulativo en nuestro país. Pero también tienes otro tipo de obra, donde abundan los homenajes a otros escritores y a sus grandes personajes de ficción. Destaca, cómo no, Sherlock Holmes. Como aficionado holmesiano, ¿qué relato del detective es tu preferido? ¿Y qué adaptación o versión (en literatura, cine, televisión…) es tu favorita?

Rodolfo: Es difícil elegir una sola historia. Tal vez El signo de los cuatro, la segunda novela de Conan Doyle.  En parte porque termina de sentar definitivamente las bases de la novela-problema británica, en parte porque Holmes brilla en sus páginas como pocas veces y en parte por el modo tranquilo, paulatino, como de pasada, en el que Watson va introduciendo sus sentimientos hacia Mary Morstan en medio de la trama policíaca. Quizá no es la mejor novela de Holmes, pero sí me parece la más equilibrada en sus distintos elementos narrativos.
Adaptaciones… hay muchas que me gustan.

Entre los pastiches literarios mi favorito siempre ha sido Adiós, Sherlock Holmes, de Robert Lee Hall, que es capaz de ser totalmente coherente con el canon y, al mismo tiempo, darle un giro de ciento ochenta grados realmente genial y brillante a lo que Holmes y su mitología significan realmente.
En cine, Asesinato por decreto, donde un Holmes encarnado por Christopher Plummer se enfrenta a Jack el Destripador (algo que los fans siempre hemos querido ver) ayudado por un James Mason crepuscular y sentimental que interpreta a Watson. 
Y en televisión, no me cabe duda, el Sherlock creado por Moffat para la BBC. Una puesta al día de los mitos holmesianos sumamente inteligente y divertida y que es la prueba viviente de que el detective de Baker Street, como icono de la cultura popular, aún tiene cuerda para rato.

G.: ¿Cuál dirías que es tu debilidad como escritor, un defecto con el que siempre hayas lidiado? ¿Y tu mayor virtud?
R.: Diría que la pereza y la impaciencia. Ambas se confabulan para que no trabaje lo que escribo todo lo que debería. Soy consciente de que con trabajo duro algunas de mis novelas mejorarían considerablemente, pero soy incapaz de dedicarles ese trabajo. Por un lado está la impaciencia por considerarlas acabadas y, por el otro, la pereza que hace que me resulte muuuuy difícil repasar una y otra vez, reconstruir, replantearme… Lo hago (y lo hago ahora mucho más que cuando era más joven), pero ni de lejos tanto como debería.
¿Mi mayor virtud? Me gusta creer que la capacidad para improvisar y para entusiasmarme con lo que escribo, para dejarme llevar por un rapto creativo febril y seguir hasta el final, sin importar las consecuencias, sin temor a estrellarme o a fracasar, pendiente solo del hilo de la historia, incapaz de no seguirlo hasta el final, me lleve donde me lleve y sin tener en cuenta los riesgos o la posibilidad de no saber estar a la altura de lo que la trama y los personajes me piden. Nunca me han echado para atrás los riesgos narrativos, la idea de adentrarme literariamente en sitios donde nunca he estado. Sospecho que porque no los veo como riesgos o retos, sino como algo que puede resultar endemoniadamente divertido.
Y al fin y al cabo, ese es el motivo principal por el que empecé a escribir y por el que lo sigo haciendo, treinta y ocho años después: es la cosa más condenadamente divertida del mundo. Bueno, la segunda. Pero la primera cansa mucho. Y sudas.

«Nos movemos en un terreno que es desconocido para todos y ni los gurús de lo digital ni los adalides de lo impreso saben realmente lo que va a pasar.»

G.: Alguna vez has comentado que eres un escritor de brújula, que prefieres tirar millas para disfrutar del proceso en vez de cuadricularlo todo demasiado con una planificación. ¿Podrías hablarnos un poco más de tu proceso de escritura?
R.: Soy muy caótico. Eso significa que, cuando me siento a escribir una novela, tengo muy claro el arranque y una idea bastante aproximada de dónde puede desembocar. Pero nada más. Es el proceso en sí de es escribir las primeras páginas lo que me da las claves que necesito para seguir.
Me da, por un lado, una voz narrativa, un narrador, un punto de vista: puede ser una primera persona, o una tercera omnisciente, o una tercera que adopta un punto de vista concreto o un ente colectivo que habla en plural, o un profeta que narra en futuro o… Una vez he encontrado la voz es como ponerme una máscara, un disfraz, ya no soy yo quien cuenta la historia, sino él… o ella, que no sería la primera vez que uso una narradora. De hecho, me gusta hacerlo.

Me da otra cosa. Esas primeras páginas me dan un atisbo de estructura. Como si me mostrasen la forma que va a tener el armazón que sostiene la novela: los cimientos, las vigas, las columnas, el esqueleto del que va a colgar todo y que debe ser lo bastante robusto y de la forma adecuada para que quepa todo.
Sí, dije que era caótico. Precisamente por eso, necesito tener muy clara la estructura narrativa de la novela, para no perderme por el camino. Esas primeras páginas (digamos dos o tres capítulos, tal vez) me la desvelan, en cierto modo. Una vez desvelada, sigo sin saber qué aspecto final tendrá el asunto, pero al menos sé alrededor de qué patrón se va a construir.
En ese momento, encontrada la estructura y la voz, respiro tranquilo. La novela se escribirá. Ahora solo es cuestión de ir haciéndola avanzar. Me dejo llevar por lo que he escrito, por el ambiente, el atisbo de historia y los personajes que he creado y trato, simplemente, de ser coherente con todo eso. Y, por el camino, voy descubriendo lo que quería contar: que no siempre es lo que al principio pensaba que quería, por cierto. Personajes, entornos o situaciones que creas para un momento concreto, por pura necesidad narrativa de ese instante, de pronto descubres que son más importantes de lo que parecen y acaban dándole a la historia una textura más rica y creíble.



Mientras avanzo, no pienso mucho en el futuro. Sé de dónde he partido. Sé adónde quiero llegar. Es, simplemente, cuestión de seguir caminando. A veces, es cierto, pienso en escenas concretas, en ciertos momentos que sé que tendrán lugar más adelante, aunque no estoy seguro de cuándo. A veces esos momentos, en efecto, encuentran su lugar en la novela. Otros, quedan en mi mente y nunca pasan al papel: parecían adecuados cuando se me ocurrieron, pero cuando llega el momento de plasmarlos, la historia ya no los permite.



 Hay una excepción en todo eso, y no porque en ese caso haya usado un esquema detallado, sino por todo lo contrario. Hablo de mi novela Sondela, que escribí sin tener ni idea de cuál era la estructura ni, mucho menos, cuál iba a ser la conclusión. De hecho, ni siquiera me la planteé como una novela, sino como un relato en un escenario que me gustaba. Pero un primer relato sugirió un segundo; y este, un tercero, y cuando me di cuenta estaba escribiendo de un modo febril (fue un mes en el que casi no hice nada más) sin saber adónde iba, simplemente, fascinado por el viaje. Y, de un modo… iba a decir mágico, pero como racionalista convencido que soy no creo en la magia, así que digamos tan solo que de un modo sorprendente, todo encajó, la historia fluyó hacia su conclusión natural y, cuando llegó el momento de cerrarla, todo estaba donde debía. Ha sido uno de los momentos más intensos de mi vida como escritor, totalmente entregado a lo que escribía, incapaz de parar y disfrutando como nunca.

He de aclarar, por cierto, que soy de esos escritores que disfrutan con el acto en sí de escribir, de estar sentado frente al monitor dejando que la historia fluya de mi mente a mis dedos, de estos al teclado y de este a la página en blanco. Conozco colegas que disfrutan del proceso previo a la escritura (la planificación, la documentación, la elaboración de las líneas narrativas maestras) pero el momento concreto de escribir es para ellos arduo y poco grato: algo necesario para dar forma a lo que tenían en mente, pero nada placentero. Para mí es justo al revés y creo que eso se debe en buena medida a mi forma de escribir, al hecho de que, en cierto modo, voy descubriendo la historia a medida que la cuento.


G.: Muchos escritores aseguran que descubren el amor por la escritura a raíz de lo que leen de niños y adolescentes. ¿Qué leías con quince años? ¿Y qué lees ahora mismo, esta misma semana?
R.: Sí, también es mi caso. Soy lector voraz desde que tengo memoria; seguramente desde que aprendí a leer. Empecé a escribir con doce años, sin tener ni la menor idea de qué significaba eso (creo que por suerte; de haber sabido lo que realmente implicaba, tal vez no lo habría hecho), simplemente llevado por la necesidad de contar algo.

A los quince… a los quince, me temo que estaba marcado, casi diría que obsesionado, por la reciente lectura de El señor de los anillos, hasta el extremo de que me pasé los cuatro años siguientes, más o menos, embarcado en la realización de mi saga épica particular: no solo la escritura de una novela (en, lógicamente, tres partes), sino de poemas, alfabetos, idiomas, relatos breves que narraban el pasado del escenario. Además de crear varios mapas.
Luego, llegó un día en que me di cuenta de que lo que estaba haciendo no le llegaba ni a la suela de los zapatos a lo que quería imitar. Así que, antes que hacer una Dragonlance más, decidí parar, simplemente y dedicarme a otras cosas.
No me arrepiento ni considero haber malgastado el tiempo. Esos cuatro años fueron un aprendizaje intenso. Y me han servido de mucho posteriormente. Aprendí un montón de cosas que me han sido muy útiles.
La más importante, tal vez: sé tú mismo, por mucho que admires a otros. Una idea que pude parecer paradójica viniendo de alguien que, como yo, es una amalgama de influencias procedentes de millones de sitios distintos (“a nosotros nos influía todo”, dijo una vez McCartney hablando de los Beatles), pero es cierto. Sé tú mismo: cuenta lo que quieres contar y hazlo como te lo pide el cuerpo, como tú quieres, como tú sientes que es correcto.

En cuanto a lo que leo ahora… es curioso, porque estoy releyendo (por nosecuantagésima vez) El señor de los anillos. La culpa la tiene el haber estado oyendo las bandas sonoras de las películas demasiado a menudo estas últimas semanas.
Aparte de eso, y por desgracia, la mayoría de lo que leo últimamente es material que me envían para Sportula. Digo “por desgracia”, no porque sea malo (hay de todo), sino porque me quita tiempo para leer por puro placer.
Confieso, además, que soy un animal de relecturas, más que de primeras lecturas. De hecho, es en la segunda lectura donde decido si una novela me gusta o no de verdad. Suelo leer muy rápido y, a esa velocidad, en la lectura inicial ciertos elementos concretos pueden deslumbrarme y puedo pasar por alto determinados defectos. En la relectura eso no pasa y me resulta más fácil verle las costuras a la novela. Fue lo que me pasó con Neuromante, por ejemplo: me deslumbró la primera vez que la leí. Intenté releerla varias veces y nunca he sido capaz de ir más allá de unas pocas páginas: se me hacía plomiza y, sobre todo, impostada, falsa.

En cambio, los libros que aguantan una segunda lectura seguramente acabarán teniendo una tercera y puede que una cuarta. El caso de El señor de los anillos es especial: he perdido la cuenta de las veces que lo he leído, pero superan la veintena con facilidad. De hecho es, junto con Cien años de soledad de Gabriel García Márquez y Yo, Claudio de Robert Graves, el libro que más veces he leído.


«Sé tú mismo: cuenta lo que quieres contar y hazlo como te lo pide el cuerpo, como tú quieres, como tú sientes que es correcto.»


G.: Hablando de tener quince años… Imagínate que tienes una máquina del tiempo. Aparte de hacer lo típico (acabar con Hitler, liarte con tu bisabuela, etc.), te das cuenta de que tienes la oportunidad de decirle algo fundamental a tu yo más joven, a tu yo de cuando empezabas a escribir. ¿Qué consejo crees que le ahorraría más dolores de cabeza?
R.: Ni idea. Además, recuerdo bastante bien mis quince años: lo más probable es que no me hubiera hecho ni puñetero caso a mí mismo, me aconsejara lo que me aconsejara. Estaba demasiado convencido de saberlo todo como para permitir que nadie me aconsejase, ni siquiera mi yo futuro, al que seguramente vería como un viejales arrogante que pensaba que lo sabía todo y que no comprendía la exuberancia de la juventud.

G.: Siguiendo con lo del pasado, ¿cuál fue el detonante de Sportula? ¿Qué estaba pasando en el momento en que pensaste que ibas a montar una editorial tú mismo?
R.: Podría decir que fue un cúmulo de casualidades, pero eso solo es cierto si partimos de la base de que el inconsciente no existe.
El proceso visible fue sencillo: había terminado de escribir El adepto de la Reina y estaba teniendo problemas para conseguir publicarla. Los editores que me interesaban no estaban muy por la labor y los que podrían estarlo, no me interesaban. Así que me dije, “hazlo tú mismo, ¿por qué no? Prueba”. El momento tecnológico era el adecuado y no fue ni sencillo ni caro arrancar.
Del mismo modo, empezar a publicar a otros autores también pasó un poco por casualidad. Empezaron a ofrecerme material. Alguno me gustó y de nuevo decidí que por qué no.
Pero sospecho que el proceso “invisible”, el que se estuvo cociendo en la parte de atrás de mi cabeza fue más tortuoso y que, tal vez, desde la época en que ayudaba a José Luis Rendueles con su fanzine Parsifal (me encargaba principalmente de la maquetación y el aspecto visual), la idea de trabajar en labores editoriales se aposentó en algún oscuro rinconcete de mi mente. De algún modo descubrí que la idea de controlar al 100% el resultado de un libro me gustaba y que la idea de editar material de otros autores me resultaba atractiva. Así que, poco a poco, con toda la prudencia del mundo, eché a andar por ese camino. Y no me arrepiento.


G.: ¿Qué es lo que menos te gusta de tu labor como editor? ¿Cuál es esa tarea que querrías pagarle a otra persona para no tener que hacerla tú?
Los aspectos administrativo/burocráticos del asunto, principalmente. El papeleo. Odio el maldito papeleo.
Todo lo demás, en cambio, me encanta: involucrarme en el proceso de dar forma al libro hasta que está listo para su publicación… bueno, no diré que es tan divertido como escribir, pero no anda muy lejos.

G.: Alucinadas, el compendio de ci-fi escrita por mujeres, publicado inicialmente por Palabaristas como e-book, saldrá en papel con Sportula. Es una obra que considero representativa de una nueva versatilidad de formatos, una muestra de la oportunidad que tienen ahora los escritores de obtener nuevas salidas editoriales a raíz de su movimiento en el ámbito digital. Estamos acostumbrados a que primero salga un libro físico y que luego se produzca el e-book, pero llama la atención que cada vez haya más casos en los que ocurre lo contrario, en los que un autor digital atrae la atención de una editorial “tradicional”. ¿Por qué elegiste Alucinadas? ¿Y qué crees que debe tener un e-book para resultarle atractivo a un editor para publicarla en papel?

 R.: Cuando me enteré del proyecto y luego leí el e-book pensé que era una lástima que algo así se me hubiera escapado, que habría sido un libro perfecto para Sportula y que habría encajado perfectamente en la línea editorial que sigo (si es que sigo alguna, que está por ver). Teniendo en cuenta que en estos últimos años las antologías temáticas han sido uno de los pilares de Sportula, algo como Alucinadas me venía como anillo al dedo. Pero se me habían adelantado. Lástima.
Hasta que Cristina Jurado se puso en contacto conmigo para tantear la posibilidad de una edición en papel. No me lo pensé mucho, la verdad. Me lancé sobre la oferta enseguida.
En cuanto a qué debe tener un e-book para que a un editor le interesa sacarlo en papel: bueno, debe ser un buen libro, sin duda. Y creo que no hay mucho más. Digamos que debe ser un libro que, si hubiera caído en manos del editor por otros medios, este lo habría visto como algo interesante que publicar.

G.: Fuiste uno de los primeros editores que apostó por LEKTU, ¿cuál ha sido experiencia en la plataforma?

La experiencia ha sido positiva en prácticamente todos los aspectos. Me ha parecido una plataforma bien diseñada, sencilla de usar para los editores a la hora de dar de alta los títulos y muy flexible, por no mencionar que nuestras sugerencias siempre se han tenido en cuenta. Como plataforma de venta, la veo cómoda y usable, sencilla y eficaz, que son dos de mis principales mandamientos cuando intento yo mismo crear una web.
En aspectos puramente comerciales, no tengo queja. LEKTU es ahora mismo, después de Amazon y de la propia web de Sportula, la tercera plataforma en la que mejor se venden nuestros libros. Y creo que eso irá a más.

«Lektu es ahora mismo, después de Amazon y de la propia web de Sportula, la tercera plataforma en la que mejor se venden nuestros libros. Y creo que eso irá a más.»

G.: ¿Cómo ves el panorama editorial digital y cuál crees que es su futuro?
Respecto a su futuro: ni idea, así de sencillo. Creo, además, que cualquiera que diga que sabe cómo será el futuro editorial o miente o se engaña a sí mismo. Nos movemos en un terreno que es desconocido para todos y ni los gurús de lo digital ni los adalides de lo impreso saben realmente lo que va a pasar. Eso responde un poco a la primera parte de la pregunta también, porque el momento presente es de una incertidumbre total, absoluta. Eso, que puede causarles pánico a algunos (y a buena parte de la industria editorial tradicional parece que se lo causa y mucho) puede ser una oportunidad para otros. Todo depende de cómo te lleves con el caos y, sobre todo, de que abandones cualquier esperanza de controlar el proceso. Lo único que conseguirás con eso, me temo, es ser destrozado por el tsunami.


G.: Para terminar, me gustaría hacerte una pregunta clásica: ¿dónde te gustaría estar dentro de cinco años, como escritor y como editor?
¿Dónde me gustaría? Hombre, vendiendo millones de ejemplares, tanto de los libros escritos por mí como de los publicados por Sportula.
Como la probabilidad de que eso pase es ligeramente inferior al 100% (y, cuando digo “ligeramente” quiero decir que es tan ligera que ni se ve), seamos un poco realistas.
En cinco años, como editor, me gustaría haber alcanzado la masa crítica de lectores habituales suficiente para relajarme y dejar que las cosas sigan su curso y permitirme de vez en cuando algún experimento editorial arriesgado que, ahora mismo, ni puedo plantearme. Haber alcanzado, digamos, una meseta, un lugar estable.
Como escritor, no sé qué decir. Igual que ahora en el sentido de seguir escribiendo lo que me dé la gana cuando me dé la gana y como me dé la gana, sin preocuparme de sus posibilidades comerciales.
Lo demás… bueno, ya vendrá lo que tenga que venir. 

Muchísimas gracias a Rodolfo por contestar a mis preguntas. Y, ya sabéis, si tenéis algo que comentar o aportar, para eso quedan abiertos los comentarios.

- Gabriela Campbell